miércoles, 16 de septiembre de 2009

Aquél

Y ahí estaba yo; sin saber qué escribir. Tenía ganas de escribir de él. Ése que ya no sabía si existe, o si al menos alguna vez existió.
Lo odiaba; casi no me alcanzaban las palabras para decir cuánto lo detestaba; pero era un odio que me daban ganas de llorando, decirle cuanto lo amaba. Odiaba odiarlo por amarlo. Amaba el infinito de sus ojos, ese infinito en el cual ninguna mujer se habría percatado. Ese infinito que se convertía en cuarzos negros cuando él lloraba; ese llanto que nadie había visto.
Acercarme a esos ojos negros me hacía mal; me convertía en una criatura oscura, herida, distante y enamorada. Reservada y agresiva del miedo que me provocaba su presencia. Porque lo habían dejado sin alma, sin perdón.
Encima, todas esas canciones ochentosas que escuchábamos en Little Havana me hacían recordarlo. Y llorarlo riendo, sin que él hubiese podido descubrir un mínimo de lo que yo sentía por él. Y sin que el singnificado de las canciones me susurrara el porqué de mi conducta.
Sólo yo entendía sus berrinches, y ya no se me permitía contemplarlos. "Ahora estoy por acá de encima tuyo" él pensaba.
Es raro que lo amara tanto, y a la vez sintiese la necesidad de verlo caer en sus mas bajos niveles. Cuando lo tuve no me aguanté en dejarlo; y cuando no lo tenía, me atacaba el sentimiendo de "no te tengo/quién te tiene".
Odiaba no saber que sentía por él. No sé si le tenia envidia por el hecho de que él conseguía lo que quería, pero no quería tenerme a mí. ¿Por qué no quería?
Indudablemente si yo hubiese sido él, hubiese cegado los ojos ante otros intentos de mujer, si yo era la opción a elegir. Pero él no. Parecía tener la habilidad de elegir la peor opcion, la impensable. La que más le pudiese hacer daño, ya que él no se quería.
De verdad lo odio, lo detesto, de una manera tan profunda, que las personas que quiero lamentan no ser él, para celar mis sentimientos. Muchas personas darían todo por ser odiadas de la manera que yo lo odiaba a él.
Extrañaba tanto llevarme tan mal con él. Y cuando estaba, lo traté con tanta indiferencia y cuasi bondad que me tachó, como tantas veces, de su lista de seres queridos.
Me odiaba de vuelta. Él odiaba odiarme. Pero siempre volvía a mis brazos, sabiendo que yo iba a decirle "te lo dije".
Luego de esos momentos lo amaba, con toda mi alma. Amaba amarlo. Pero no soportaba mucho tiempo este sentimiento. Se me estrujaba el alma de furia al pensar que si empezaba a demostrarle cariño, iba a tener que decírselo. Tal vez nacimos para odiarnos; aunque sepamos que sentimos todo lo contrario y no lo admitamos.

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