viernes, 18 de septiembre de 2009

Cómo echarse una siesta en el colectivo

¿Cansado de laburar?
¿No llega a la noche?
¿Estudiar y trabajar no era tan fácil como usted pensaba?
¿Se quedó pajeando con la computadora hasta tarde y ahora parece un zombie?


Ahora usted puede llegar más fresquito a destino,
sin agregado de drogas, alcohol u otros estupefacientes.


¿Cómo?
¡Échese una siestita en el trayecto!



  1. Cerciórese de conseguir un asiento. Para esto trate de dirigirse inmediatamente al fondo, ya que suele bajarse más gente. Yo le recomiento éste asiento, por una cuestión de poder estirar las patas y apoyar la cabeza más cómodamente (además si suele viajar de noche, ahí se prenden unas lucecitas violetas que se re prestan a hacer de somnífero). Si no consigue lugar atrás, procure no sentarse adelante, ya que seguramente algun viejo choto, o una infeliz que no sabe usar forro y suba a sus 15 hijos, se lo quitará o le hará remover su culo de ahí. Aunque ella venga de pasear del jardín zoológico, y usted de trabajar 15 horas.
  2. Si ya consigió el asiento; continúe al paso n° 4
  3. Si no consigue el asiento; esté atento: cualquier persona que esté sentada y se sostenga de la baranda, y/o mire hacia afuera del colectivo; está por bajar. También las mujeres que se han colgado la cartera del hombro y no la tienen sobre su falda. Preste atención a estos personajes; y cuando los vea acérquese a su asiento y ocupe la mayor cantidad de espacio posible: intente agarrarse de los dos asientos y abrir bien las patas, así nadie que esté cerca pueda aproximarse al asiento y cagarse en usted. Si esto de todas formas llegara a ocurrir, intente codazos y pellizcones. Si así y todo le garcaron el asiento, ridiculice a la persona intentando frases en voz alta como "parecía que estaba apurado/a", para que por lo menos se sienta tocado en el culo. Sino, intente molestarlo con el Mp3, escuchando a todo lo que dá cumbiancha o heavy metal, y haciendo que toca la batería.
  4. Una vez conseguido el asiento; observe su entorno. No se duerma tranquilo si tiene una persona al lado también durmiendo, ojo al piojo. Suelen caerse encima suyo o babearlo. Manténgase alerta también si tiene al lado suyo unos guachos escuchando Damas Gratis con el altavoz del celular, y comen algún tipo de tentempié. La gente que come en público es de desconfiar. No vaya a ser que se levante si la gorra, las zapatillas, el handy y cualquier otra cosa que le pertenezca.
  5. Una vez se haya sentido seguro; asegure sus objetos de valor. Coloque sus pertenecias en su mochila o cartera y abrácela fuerte; ya que los colectivos están especialmente diseñados para tragarse las cosas de sus bolsillos. Si no me cree, arroje una moneda en el colectivo y asómbrese de como ésta va girando hacia exactamente abajo del asiento del colectivero. Esta logia secreta de conductores fraudulentos suele usar una serie de mensajes secretos que indican que se afanan las monedas; la mayoría de estos se muestran con una toalla encima del regazo.
  6. En lo posible, trate de usar gafas oscuras. Es muy desagradable ver gente dormida con los ojos entreabiertos. Y trate por favor, de no dormirse con la boca abierta. Si el viaje es largo, recuerde también portar un fibrón, para después poder dibujarse la raya del culo cuando baje.
  7. Finalmente, después de tanta ley de la selva; descanse. Apoye el coco contra el vidrio usando la capucha de la campera, si es que la tiene (sirven a modo de almohada) luego cruce las piernas y gire 33° hacia un lado. Cierre los ojos, pero trate de no desmayarse. No sea cosa que se pase y termine despertándose en Calamuchita.
Estas reglas si son mínimamente modificadas también pueden ser aplicadas para viajes en tren, subte, micro, etcétera.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Aquél

Y ahí estaba yo; sin saber qué escribir. Tenía ganas de escribir de él. Ése que ya no sabía si existe, o si al menos alguna vez existió.
Lo odiaba; casi no me alcanzaban las palabras para decir cuánto lo detestaba; pero era un odio que me daban ganas de llorando, decirle cuanto lo amaba. Odiaba odiarlo por amarlo. Amaba el infinito de sus ojos, ese infinito en el cual ninguna mujer se habría percatado. Ese infinito que se convertía en cuarzos negros cuando él lloraba; ese llanto que nadie había visto.
Acercarme a esos ojos negros me hacía mal; me convertía en una criatura oscura, herida, distante y enamorada. Reservada y agresiva del miedo que me provocaba su presencia. Porque lo habían dejado sin alma, sin perdón.
Encima, todas esas canciones ochentosas que escuchábamos en Little Havana me hacían recordarlo. Y llorarlo riendo, sin que él hubiese podido descubrir un mínimo de lo que yo sentía por él. Y sin que el singnificado de las canciones me susurrara el porqué de mi conducta.
Sólo yo entendía sus berrinches, y ya no se me permitía contemplarlos. "Ahora estoy por acá de encima tuyo" él pensaba.
Es raro que lo amara tanto, y a la vez sintiese la necesidad de verlo caer en sus mas bajos niveles. Cuando lo tuve no me aguanté en dejarlo; y cuando no lo tenía, me atacaba el sentimiendo de "no te tengo/quién te tiene".
Odiaba no saber que sentía por él. No sé si le tenia envidia por el hecho de que él conseguía lo que quería, pero no quería tenerme a mí. ¿Por qué no quería?
Indudablemente si yo hubiese sido él, hubiese cegado los ojos ante otros intentos de mujer, si yo era la opción a elegir. Pero él no. Parecía tener la habilidad de elegir la peor opcion, la impensable. La que más le pudiese hacer daño, ya que él no se quería.
De verdad lo odio, lo detesto, de una manera tan profunda, que las personas que quiero lamentan no ser él, para celar mis sentimientos. Muchas personas darían todo por ser odiadas de la manera que yo lo odiaba a él.
Extrañaba tanto llevarme tan mal con él. Y cuando estaba, lo traté con tanta indiferencia y cuasi bondad que me tachó, como tantas veces, de su lista de seres queridos.
Me odiaba de vuelta. Él odiaba odiarme. Pero siempre volvía a mis brazos, sabiendo que yo iba a decirle "te lo dije".
Luego de esos momentos lo amaba, con toda mi alma. Amaba amarlo. Pero no soportaba mucho tiempo este sentimiento. Se me estrujaba el alma de furia al pensar que si empezaba a demostrarle cariño, iba a tener que decírselo. Tal vez nacimos para odiarnos; aunque sepamos que sentimos todo lo contrario y no lo admitamos.